En el universo del humor, hay dos facetas que vale la pena distinguir: el disfrute personal y la búsqueda de la risa ajena. En el primero, nos regodeamos en nuestras propias ocurrencias y pensamientos, mientras que en el segundo, buscamos el reconocimiento y la carcajada del otro, a menudo recurriendo al chiste, la burla y la exageración para distorsionar la realidad.

En el sentido del humor, la participación de los demás no es crucial; se trata más bien de una relación con uno mismo y las circunstancias. No se limita a intentar ser gracioso deliberadamente o hacer juegos de palabras.

El sentido del humor no es solo una serie de chistes o juegos verbales; es una postura derivada del autoconocimiento y la aceptación de uno mismo. Es una forma de encarar la vida, una perspectiva amplia y realista del mundo. Para cultivarlo, es necesario jugar con nuestro propio ego, reírnos de nuestras propias pretensiones y no tomar en serio nuestra propia seriedad.



La falta de sentido del humor suele asociarse con una actitud inflexible y excesivamente seria hacia la vida. Por el contrario, el sentido del humor surge de una actitud abierta y desinhibida, que no se toma todo demasiado en serio.

Mostrar tanto los absurdos propios como los ajenos con agudeza es fundamental en las relaciones humanas, ya que puede crear vínculos no hostiles y fomentar una atmósfera de camaradería.

Esta habilidad es esencial para nuestra especie social, ya que nos permite escapar de los miedos y sufrimientos mentales que pueden dominar nuestras vidas.


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